Prejubilados de oro, subcontratados de miseria
15.04.2011
Sólo un cambio radical de mentalidad del español de a pie, una revolución desde abajo de la forma de ser y pensar, puede sacar al país del pozo. Y engrasar la maquinaria de la economía, atascada desde 2007 y condenada al estancamiento, como poco, durante otro lustro.
El inminente Expediente de Regulación de Empleo (ERE) para casi 6.000 empleados en Telefónica ya ha levantado polvareda en los medios. Twitter echa chispas con un anuncio que supondrá la supresión de una quinta parte de la plantilla de la mayor multinacional de este país. La noticia encierra una noticia mala y otra peor.
La mala es que la primera empresa del Ibex 35 suelte lastre en España y derive al extranjero su expansión y sus inversiones futuras; eso dice mucho, o todo, de la confianza de nuestros empresarios en el futuro del país. La peor es que los representantes de UGT en la operadora están satisfechos con la decisión. No en vano, están pactando la letra pequeña del ERE con la dirección de la empresa. Y su actitud le valió la victoria en las últimas elecciones sindicales en Telefónica, en las que CCOO no se mostró tan complaciente con la posibilidad de un futuro recorte bonificado de plantilla.
La multinacional se lo puede permitir porque gana 10.000 millones al año; de hecho, hay dinero suficiente para que sus directivos se repartan 450 millones en stock options durante los próximos cuatro años. Y no le importa prescindir de la mejor mano de obra cualificada, en la cima de su carrera profesional, la que más puede aportar al bien común del grupo. A corto plazo, a ojos de los insaciables mercados, vale más el ahorro de costes fijos que se gana que el gran talento que se pierde. Claro que parte, o gran parte, de los afectados, se irán a casa felices. Ayer mismo recibimos en este periódico testimonios de futuros prejubilados de Telefónica, encantados con la decisión. Como lo están los que salen estos días de las cajas. Un empleado de Caja Madrid me contaba hace poco que sus compañeros están haciendo fiestas de prejubilación. Todo un chollo, y encima subvencionado con dinero público.
¿Dónde está la ética del esfuerzo? ¿Quién es más culpable, el empresario que ofrece el despido de oro o el sindicato que lo acepta con gusto? ¿El político que sigue permitiendo las perversiones del sistema o el currito que agarra el dinero y corre, y no hace nada por remediarlo? El empobrecimiento ético, léanse el magnífico artículo de John Muller hoy en El Mundo, lleva primero a la desidia y luego la ruina.
En la sede de Telefónica en Las Tablas de Madrid hay quien desayuna hoy con cava. El café de máquina, el café de mierda, queda reservado para los jóvenes subcontratados que ocuparán parte de los puestos que dejarán vacíos los prejubilados. Lo peor es que se considerarán afortunados por su sueldo de 1.000 euros y su contrato de obra. Porque no les queda otra. Sólo el derecho al pataleo en las urnas, donde sus votos valen lo mismo que los de Zapatero, Rajoy o Alierta.
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