La vida de un vigilante más, Dimas
NOTA.- Este escrito publicado en el diario 20minutos,
nos narra la vida de un vigilante más, de esos seres anónimos envueltos en su
vida cotidiana, que no se implican en nada que no sea esa vida particular en la
que se han envuelto en el día a día. El escrito delata que solo le importa su
mundo particular, no le incumbe lo que suceda a su alrededor, con él no va.
Según parece, el sector en el que trabaja y lo que suceda en él, no le implica
para nada, en su mundo no cabe nadie que no sea Dimas. Con él puedes ver la
realidad de lo que está sucediendo en el sector de seguridad privada; cada cual
a lo suyo y los demás que nos resuelvan nuestros problemas.
Por
favor, lee el texto titulado: “Solo Dimas. Si lo haces, gracias por las
molestias.
Solo Dimas
27 junio 2012
Dimas, 1,80 de estatura, complexión fuerte, 37 años.
Lleva 12 trabajando como vigilante de seguridad en una fábrica de ropa, en el
turno de noche. Su rutina es siempre la misma: sale de la fábrica a
las seis de la mañana, coge el metro dirección Coslada y camina
un buen trecho hasta llegar a su pequeño chalet. Desayuna, luego
duerme hasta las dos, almuerza, y pasa el resto de la tarde inmerso en
sus dos pasiones: la primera, cuidar las plantas de su jardín. La
otra, pintar minuciosos murales al óleo sobre las mismas paredes
de su casa.
Se basa en ciudades inventadas por él, plagadas de
edificios con ventanas minúsculas y cielos imposibles. Suele tardar entre seis
y ocho meses en pintar cada pared, desde el techo hasta el filo del suelo (no deja ni el
más mínimo hueco sin pintar, puertas y enchufes incluidos). En los
últimos diez años apenas ha conseguido completar
las tres habitaciones del chalet, el salón y un
pasillo. Aún le falta por completar el cuarto de baño, un pequeño aseo, la
cocina y el garaje. No tiene prisa por acabar. Vive solo
y su intención nunca ha sido enseñárselo a nadie.
A las nueve cena, se ducha, y marcha otra
vez al trabajo. Dimas es el único vigilante de noche en la fábrica de ropa. Ahí
aprovecha para leer (sobre todo novela histórica y ciencia ficción), y en sus
rondas suele hablar a los maniquíes. También los viste y desviste con
retales que se encuentra, incluso confecciona vestidos que luego esconde en
su taquilla o se lleva a casa. De hecho, el otro día consiguió rescatar tres
viejos maniquíes que habían tirado al contenedor.
Ahí fue cuando conocí a Dimas. Salió de la
fábrica con sus tres maniquíes a cuestas y al ver mi
taxi libre me mandó parar. Metimos los maniquíes en el maletero y le llevé hasta Coslada. Dimas había
pensado colocar los maniquíes en las habitaciones pintadas para que
pudieran contemplar su obra. Edificios pintados y maniquíes. Ni rastro de vida
(más allá de las plantas de su jardín).
Dimas no se relaciona con nadie porque no lo necesita.
Y a pesar de ello, o tal vez gracias a ello, es profundamente feliz.
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