Obituario Marcelino Camacho
Escrito por: Raúl Conde - 30 Octubre 2010
La muerte de Marcelino Camacho , víctima del alzheimer, ha generado un desfile emotivo y heterogéneo delante su cuerpo. No me ha sorprendido la unanimidad del elogio hacia su persona, ni la visita a su capilla ardiente de gente tan dispar como el Príncipe, Zapatero o Rodrigo Rato. Sí me ha sorprendido, en cambio, que algunos de los que más se han empleado a fondo en desgastar la causa del sindicalismo se comporten ahora como plañideras de quien mejor representó a este movimiento. Cosas raras veredes, amigo Sancho.
Por ejemplo: el presidente del PP andaluz, Javier Arenas, ha escrito un artículo en el que alaba con grandes elogios el compromiso del ex líder de Comisiones Obreras y su papel en la Transición. Otro ejemplo: la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que el mes pasado estigmatizó a los sindicatos antes de la última huelga general, ayer alabó a Camacho porque "luchó por los derechos de los trabajadores cuando no era fácil" y se le engoló la voz para glosar su dilatada trayectoria. Desde luego, bienvenidas sean estas opiniones porque demuestran el respeto y la cortesía que se debe tener a todos los actores que la Constitución marca como determinantes para la garantía de las libertades. Lástima que esta actitud sólo se produzca con un obituario de por medio.
Marcelino Camacho fue siempre un tipo coherente en la defensa de las libertades y de los derechos laborales. Primero como militante del antifranquismo y luego, al salir de la clandestinidad, como combatiente de las políticas conservadoras, ya fuera con gobiernos del PSOE o del PP. Se tiró 14 años recluido en las cárceles de la dictadura y sufrió los campos de concentración. Por eso resulta ridículo, por grotesco y hasta humillante, que algunos idiotas urbanos le critiquen ahora en algunas columnas porque fue un comunista convencido. Camacho fue comunista, sí, ¿y qué? Creo que fue su forma de defender la democracia, como otros lo hicieron desde el socialismo, el catolicismo o incluso la derecha liberal.
Dice Nicolás Redondo que Camacho fue un ejemplo de compromiso social, un "factor sustancial en el duro batallar por la España democrática". Nunca abandonó su línea: se jugó el tipo en los 60, cuando fue encarcelado, arriesgó durante la Transición, apoyó los Pactos de la Moncloa, convirtió a CCOO en un sindicato hegemónico desde 1976 y no se despegó nunca de la calle para defender sus ideas, ya fuera contra el franquismo, después contra las reformas laborales que trajo la democracia y ahora contra un Estado social que hace aguas por todas partes. Por eso no abandonó su militancia comunista ni se convirtió en la figura de cera que algunos querían que fuera en su propio sindicato. Agustín Moreno, cabeza visible del sector crítico de CCOO en la etapa de José Mª Fidalgo, lo explica muy bien en un artículo publicado en El Mundo: "Estuvo sobrado de autoridad moral dentro y fuera del sindicato; de ahí su talento para sumar y no restar".
El sindicalismo que encarna la estela que deja Marcelino Camacho, es verdad, no es el mismo que ahora destilan las grandes organizaciones sindicales de nuestro país. Puede que el corpus ideológico no haya variado, pero sí el fondo de sus acciones y su metodología. Pero también porque la sociedad se ha transformado y no adaptarse a esos cambios supone una vía segura hacia la desaparición.
Pienso que lo sustancial, en todo caso, es mantener el espíritu crítico de Marcelino Camacho. Siempre alerta a los retrocesos sociales, siempre vigilante al discurso de la izquierda, siempre atento a no dar ni un paso atrás en aquello que tanta sangre costó. Algunos historiadores sostienen que la lucha de gente como él fue en balde porque, al fin y al cabo, el dictador se murió en una cama de La Paz. No estoy tan seguro. El politólogo Francesc de Carreras escribe en La Vanguardia que, cuando llegó ese momento, el franquismo ya había sido vaciado por dentro. "A excepción de las decrépitas instituciones políticas de aquel régimen -subraya- la sociedad española se había transformado profundamente". Y ello fue posible, sobre todo, gracias al empuje, el coraje y el compromiso de personas como el fundador de Comisiones.
La lucha para cambiar las estructuras sociales y económicas no se entienden sin el factor humano. Por algo ya dijo Antonio Gramsci, el filósofo que alumbró el Partido Comunista Italiano, que al marxismo habría que añadirle unas dosis necesarias de fragor en la batalla personal. No basta con articular las ideas desde la teoría. Hay que llevarlas a la práctica con convicción y con capacidad de arrastre. Y eso supone bajar a la arena, abandonar posiciones cómodas. El propio Gramsci, en La política y el Estado moderno, recomienda: "El punto de partida tiene que ser siempre el sentido común, es decir, la filosofía espontánea de las multitudes que se trata de hacer ideológicamente homogéneas".
Marcelino Camacho constituye un ejemplo para todos. Fue un hombre íntegro. Un comunista más pragmático que ideólogo. Un tipo humilde que vivía en una casa humilde y que tuvo un sueldo más que humilde. Un fresador metalúrgico con conciencia de clase. Para la historia quedarán su valentía y su acierto para reconstruir el sindicalismo en este país. Para la historia quedará también su bondad, en el sentido machadiano del término, y esos jerseys de cuello vuelto que le tejía su mujer, Josefina Samper, mientras él padecía el calvario de ese infecto cuchitril que era la cárcel de Carabanchel, por cierto, su barrio de toda la vida.
Para los que gustan de atacar sin misericordia al sindicalismo y a los sindicatos, conviene que recuerden siempre la figura de Marcelino Camacho. Para los que ignoran qué es el Proceso 1.001, conviene que tengan presente la ejecutoria de este hombre. Y para los hipócritas que rechazan la lucha sindical en estos tiempos por considerarla anacrónica, conviene que nunca se olviden de quién fue y qué hizo este activista del obrerismo.
Tener seguridad social, una jornada laboral de 35 horas, cobertura en caso de baja médica, vacaciones pagadas, pagas extra y fines de semana aparte no son conquistas que caen del cielo. Algunos están empeñados en decirnos que todo eso son antiguallas y que las relaciones laborales "del siglo XXI" ya no pasan por huelgas, ni 'manis' ni por supuesto por protestar. Pero la realidad es que, con barricadas o sin ellas, el futuro sólo se construye luchando en el presente. Y ahí Marcelino Camacho nunca jamás dejó de dar el callo. Ni le domaron, ni le doblegaron ni tampoco le domesticaron.
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